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lunes, 19 de abril de 2010

Aun con la lluvia, miles acuden a CU a la Noche de las Estrellas

La Crónica
Antimio Cruz | Academia
Domingo 18 de Abril, 2010

Fiesta. En las islas de Ciudad Universitaria se reunieron en el transcurso del día casi cuatro mil personas para mirar al cielo por telescopio. Foto: Joyce Pacheco

La constancia es más fuerte que el destino, dice la literatura china en el Libro de las Mutaciones. Y así lo demostraron miles de habitantes del Valle de México que, pese a la torrencial lluvia que se precipitó ayer por la tarde, aguardaron pacientes a que se abriera la capota de nubes para celebrar, por segundo año, la Noche de las Estrellas.

A las siete de la noche en punto la cantidad de agua que caía sobre Ciudad Universitaria era tanta que se formaban charcos que llegaban al tobillo. Pero en el extremo oriente del jardín mayor de la UNAM, que es conocido como Las Islas, la música y el baile preparado para celebrar a las estrellas no paró. Siguió, con su arte, invocando a una buena noche que permitiera escudriñar al cielo.

A las 19:41, cuando los tacones de la bailarina Casilda Madrazo golpeaban más fuerte una caja de madera en el escenario y el falsete agudo de Jorge Morenos llevaba a los tonos más altos un huapango estilizado del Grupo Segrel, las nubes se abrieron como si agradecieran la persistencia de los casi cuatro mil que aguardaban para ver estrellas. Fue un momento inspirador.

Primero se vio la Luna, a la derecha de la Biblioteca Central, como si fuera una sonrisa hecha con luz. A su izquierda Venus, con su blanca singularidad y, minutos después, si uno miraba a lo más alto de la bóveda, la suave tonalidad rojiza de Marte, el dios romano de la Guerra, anunciaba que había negociado una tregua con las nubes.

Así se vivió en la Ciudad de México la segunda edición de La noche de las estrellas, el festival que se realizó ayer simultáneamente en 31 sedes de 26 estados de la República.

Fue este un pago justo al gran esfuerzo que hicieron casi 400 científicos, estudiantes, técnicos, médicos, paramédicos y artistas que esperaban recibir a casi 50 mil personas. No llegaron tantas, la lluvia lo impidió, pero los que estaban tenían algo en el rostro, como apetito, que los hizo aguantar en 25 carpas gigantes los embates del viento y lluvia.

Bajo esos techos, como si fueran crías que comparten su calor corporal, decenas rodeaban a investigadores del Instituto de Astronomía que explicaban, a todo pulmón, la expansión del Universo, la energía oscura y la astronomía prehispánica. Ahí hablaban Vladimir Ávila, Rafael Costero y José Antonio de Diego, este último cargando un niño que no era su hijo pero que lo escuchaba absorto. Ellos se merecían que abriera el cielo.

Y como si fuera un guión ensayado, cuando el cantante del Grupo Sergel cantó, con tono de huapango, “Qué chingona es nuestra UNAM, Premio Príncipe de Asturias”, las nubes se abrieron armónicas y brillaron los luceros.

¿Cuántos miles acudieron el sábado a usar los telescopios? La cifra oficial no la sabemos ahora, pero en CU las filas para ver estrellas eran de 250 personas a las nueve de la noche.

Lo que ocurrió en las otras 31 sedes seguramente fue igual de digno de ser contado, pero el ser humano carece del privilegio de la omnipresencia. UNAM, IPN, ICYTDF, la AMC, los cientos de aficionados a la astronomía y la Embajada de Francia hicieron mucho y recibieron otro tanto. Quizá no se rompió el récord deseado, pero seguro se movieron muchos corazones. La constancia es más fuerte que el destino. El cielo está ahí y es para todos.

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